lunes, 3 de marzo de 2008

La política y el medio ambiente

Una de las pocas cosas para la que sirve la campaña electoral es para poner de manifiesto de manera llamativa la demagogia que impera en nuestra clase política. Y uno de los temas donde esto es especialmente cierto es el medio ambiente. Hay políticos que alardean de su preocupación por el tema, como es habitual mintiendo si hace falta, pero al final, lo que preocupa de verdad es la economía, el terrorismo, o la unidad del país, que es lo que da votos. Y esto no lo digo como demérito, sino para que seamos conscientes de que, si de verdad se quiere mejorar el medio ambiente, no van a ser los políticos quienes lo hagan. El medio ambiente no produce rendimientos a corto plazo, y por tanto siempre será relegado por otros temas más urgentes.
En este sentido, podemos decir que es una "doble externalidad" (no sé si esto saldrá en algún libro...): es decir, hay una primera externalidad (fallo de mercado) en cuanto que no aparece reflejado en el coste de producción o la función de utilidad del consumidor, y una doble porque, el regulador, que es quien debería internalizar esta externalidad, tampoco lo hace porque no le conviene (fallo regulatorio).
Y entonces, ¿quién se preocupa de los temas de largo plazo? Pues resulta curioso, pero cuando la externalidad es doble como en este caso, parece que hay que volver al origen del problema, el consumidor o productor: tendrá que ser la sociedad civil, que desgraciadamente en España aún tiene un papel más bien pequeño, quien deba encargarse de ello. Además, esto tiene otras ventajas: cuando se ataca a los EEUU por lo poco que actúa en cambio climático no se da cuenta de que los EEUU van muy por delante nuestro en acciones prácticas, aunque no en grandes políticas. Efectivamente, Bush está muy por detrás de Europa en iniciativas políticas para reducir las emisiones de CO2. Pero la sociedad civil estadounidense va muy por delante de la nuestra: la fuerza de los consumidores, la iniciativa de las empresas, la innovación de los centros de investigación, la presión de todos los grupos de opinión, todo ello empuja a conseguir reducciones en las emisiones mayores que las que consiguen aquí nuestras grandes políticas demagógicas y grandilocuentes (sí, los estadounidenses también han aumentado sus emisiones, pero menos que nosotros). Quizá nos hayamos subordinado demasiado a los partidos políticos y la representación parlamentaria, y nos hayamos olvidado de nuestra responsabilidad como individuos.
Algo esperable porque, si reflexionamos un poco sobre ello, quien tiene de verdad la responsabilidad última para reducir emisiones es el consumidor. Los políticos y algunas ONGs prefieren hacernos creer que no, porque de esa manera siguen siendo necesarios. Pero las acciones eficaces y baratas son las que emprenden los consumidores, no las que imponen los gobiernos sobre las empresas.
¿Qué moraleja deberíamos sacar? Pues que debemos dejar de ser tan político-dependientes, debemos darnos cuenta de que la política no va a ser la que nos resuelva determinados temas, y que por tanto no debemos esperar a que lo haga. Debe ser la sociedad civil la que, cobrando mayor fuerza, se enfrente a los temas de interés a largo plazo en los que la política nunca se va a interesar. Así además conseguiremos un doble dividendo: tener una sociedad menos sensible a los cambios políticos, y por tanto menos receptiva a los advenedizos y aprovechados que nos gobiernan o lo intentan.
El único problema de todo esto es que para conseguir esa sociedad civil fuerte hacen falta voces que la defiendan desde la moderación, y eso desgraciadamente no vende...

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