martes, 13 de octubre de 2015

Y después de Nordhaus, Stavins: la encíclica y el mercado

Y después de Nordhaus, Stavins también le da caña a la encíclica. Con menos fondo que Nordhaus, y cayendo en los mismos errores, me parece a mí, pero con razón en algunas cosas.

Como decía el otro día, es una pena que por un par de "despistes" tengamos en contra de la encíclica a gente que no debería estarlo. Esto fue uno de los argumentos que defendí el otro día en la mesa redonda sobre la encílica que organizó Razón y Fe. Y no, no me vale el argumento de que "seguramente el Papa no quería decir eso". Como decía José Luis Segovia, que participó también en la mesa, esta encíclica está escrita desde la teología pastoral, queriendo que todo el mundo entienda lo que se dice. Y lo de la privatización del agua y lo del mercado de emisiones se dice claramente. Sí, se podía haber dicho de otra forma:
- Se podía haber defendido la necesidad de garantizar un acceso mínimo y digno a recursos como el agua, primando siempre el interés público, sea quien sea el que gestione el servicio;
- Y se podía haber dicho que a veces los mercados de emisiones son sólo un fuego de artificio que vale para poco, si no se diseñan bien.

Pero la encíclica no está escrita así, posiblemente por ese sesgo que a veces muestra hacia un planteamiento habitual en el ámbito ecologista, el anti-mercado, y que yo creo que es un error, como ya he dicho otras veces. Y creo que el error radica en parte en lo que se entiende como mercado. Como tuve que aclarar un par de veces en la mesa redonda, un mercado no es una oligarquía, ni un capitalismo salvaje, ni un ente donde los ricos cada vez se hacen más ricos. Eso precisamente va en contra de las características de un mercado: información perfecta y no asimétrica, e imposibilidad de influir en los precios.

Cuando se atacan los excesos del capitalismo salvaje, no regulado, y dominado por intereses poderosos, no se está atacando al mercado, sino precisamente la falta de él. Alguna vez he dicho que son precisamente las empresas oligopolistas las que más tienen que temer de las propuestas de (verdadero) mercado. Así que atacar al mercado es confundirse de enemigo. Lo que entiendo que quiere atacar la encíclica (o que debería atacar, igual que hace en el resto del texto) es la concentración de poder, la corrupción de los mercados, y por supuesto también los errores de los políticos cuando crean o interfieren en los mercados para favorecer a sus amigos...Porque como siempre además tendemos a olvidarnos de que los reguladores a veces tienen los mismos problemas que los empresarios aprovechados, y encima menos información. En la mesa redonda se puso como ejemplo la especulación urbanística. ¿Quién crea el problema de la especulación, el mercado o la regulación que crea las oportunidades de recalificación con la que se forran a veces empresarios y reguladores?

Seguramente, como decía Jose, todo iría mejor si tuviéramos verdaderas democracias, sociedades y economías gobernadas no por los poderosos sino por los individuos, y si además esos individuos tuvieran siempre presentes las consecuencias morales de sus actos. Eso yo creo que es lo que en el fondo nos propone la encíclica, un mundo en el que los hombres de buena voluntad se ponen de acuerdo para gestionar correctamente el bien común. Y yo creo que en ese mundo los mercados serían muy útiles para gestionar correctamente el intercambio, de ahí mi disgusto al ver que se le ataca de esta forma.

Pero mientras tanto, la realidad que tenemos es una de sistemas económicos pervertidos en sistemas crematísticos, como decía José Luis Segovia, donde lo único que se busca es la ganancia....pero por el otro lado unos reguladores y administradores que no sólo no disponen de la información adecuada para regular bien, sino además en desgraciadamente muchos casos corruptos por sus intereses particulares y sus demagogias, en todo el espectro político. En ese escenario, ¿qué elegimos?¿Lo malo o lo peor?

2 comentarios:

Checa dijo...

Gracias por tu entrada, Pedro.
Tuve la suerte de estar en la mesa redonda que mencionas, y me dio mucho que pensar.
Es muy difícil opinar sobre este asunto sin que se cuelen prejuicios e ideologías, y tú haces ese esfuerzo, lo que es muy de agradecer.
En mi caso, la principal duda con la que me quedo es: ¿es el instrumento económico (el que sea) neutro? ¿No hay soterrada en cada uno de ellos una aproximación ética e incluso antropológica concreta?
Yo me mojo: creo que sí. El mercado tiene una raíz utilitarista, y eso no es neutro. Entender el bien común como el agregado del bienestar de cada individuo es una aproximación en sí misma muy problemática. Esto da para mucho y este no es lugar, pero quería abrir esta línea por si te animas a compartir algo en este sentido.
Gracias de nuevo!

Pedro Linares dijo...

Gracias a ti por el comentario, que es muy pertinente. Porque efectivamente no está claro si el mercado es neutro o no. Y creo que la respuesta no es sencilla, porque otra vez volvemos con el lenguaje y lo que cada uno entienda por mercado, y también volvemos a la discusión de medios o fines.

Estoy de acuerdo contigo en que el mercado como fin, o como instrumento único para maximizar el bienestar, no es neutro. El mercado busca la máxima eficiencia en la asignación de los recursos entendida como la maximización de la utilidad agregada, y por tanto responde a una filosofía utilitarista (más o menos, aquí se podría hacer algún matiz, pero voy a dejarlo así por ahora para no complicarlo más). Así pues, si nos creemos que la asignación resultante del mercado es la socialmente correcta nos podemos estar equivocando, porque no necesariamente el planteamiento utilitarista es el correcto. En el fondo, esto es la crítica que yo hacía a Nordhaus el otro día.

¿Por qué yo sigo defendiendo el interés del mercado como medio?
- Primero, porque el mercado como medio es un espacio de intercambio, es simplemente una forma de extraer información acerca de los intereses y preferencias de los agentes (no necesariamente crematísticos, sino de cualquier tipo) y de facilitar las transacciones en función de los intereses de los agentes. Es decir, que es el comportamiento de los agentes el que determina el resultado del mercado, y no el mercado en sí mismo.
- Segundo (y este es el matiz que me dejaba arriba) porque el agregado del bienestar de cada individuo puede ser una suma (el caso de utilitarismo estricto) pero puede no serlo: a veces la maximización del bienestar individual lleva consigo también la del bienestar social, si los agentes que interactúan en el mercado son responsables socialmente (y aquí no me refiero al greenwashing en muchos casos de la RSE). Si los agentes se comportan como entes egoístas llevados del interés individual, entonces efectivamente no responde. Pero es que los agentes, por mucho que algunos intenten enseñar así a sus alumnos en clase de economía, no tienen por qué comportarse así, y de hecho en muchas ocasiones no lo hacen.

En el fondo, y por si esto aclara algo, la economía social o colaborativa también esta basada en las transacciones libres entre los agentes llevados por su interés (que no tiene por qué ser egoísta). Es decir, también puede tener como base un mercado sin que esto sea una incoherencia. Por ejemplo, el trueque es un mercado (poco sofisticado, eso sí). Mi conclusión: la ética del mercado como medio es la de sus agentes. Y por tanto puede ser neutro y acoger distintas concepciones éticas, siempre que no se convierta en un fin en sí mismo.

Es cierto en todo caso que el mercado puede tener límites y dificultades para acomodar otras concepciones éticas. Por ejemplo, me resulta complicado ver un mercado descentralizado implantando una filosofía tipo maximin, para eso hace falta creo yo un algoritmo centralizado (que también puede ser un mercado pero sólo por el lado de la oferta o de la demanda). Pero aún así, incluso en este caso, el mercado tiene su utilidad para extraer la información de los agentes, algo de lo que un sistema centralizado no es capaz nunca.

En fin, que esto da para mucho...