miércoles, 31 de agosto de 2016

The rise and fall of American growth, de Gordon

Una de las proezas de este verano ha sido leer este libro que me había recomendado Santi, y que con más de 600 páginas (al contrario que otros libros americanos, con muy poquita paja), me ha llevado una buena parte de las vacaciones. Pero ha valido la pena desde luego.

La descripción del estándar de vida en los EEUU en los últimos años es muy, muy interesante. Hay muchísimas observaciones que valen la pena, conocimiento de detalle sobre cómo vivían las anteriores generaciones. Y también, en los temas más cercanos al uso de la energía y medio ambiente, multitud de aspectos señalados por Gordon que son muy relevantes para entender determinados procesos de innovación o eficiencia, como cuando explica cómo el ferrocarril no sustituyó al caballo, sino que aumentó su demanda (porque el caballo era necesario para llegar hasta el ferrocarril), mientras que el coche sí lo sustituyó. O cómo la penetración de la calefacción central en las viviendas supuso un aumento del tamaño de las ventanas (claro ejemplo de efecto rebote). O como cuando menciona que las redes son un elemento de igualdad (curioso para contraponer a ese movimiento que iguala autoconsumo con democracia), porque todo el mundo, rico o pobre, está conectado a la misma red de electricidad, agua, gas o teléfono.

Pero cuando ya se pone a conjeturar sobre las causas del crecimiento en 1920-70 y su estancamiento desde entonces, ya la cosa se pone más floja y más difícil de compartir, aquí desde luego no estoy tan de acuerdo con Santi. Por ejemplo, yo, tras leerme sus explicaciones, la impresión que me llevo es que los grandes avances de los 20-70 (realmente concentrados en los 50) tuvieron lugar por la II Guerra Mundial, y no tanto por otras cuestiones. Porque los grandes inventos, como la electricidad o el motor de combustión, aunque proporcionaron grandes avances en cuanto al bienestar, no necesariamente supusieron una tasa de crecimiento mayor que la actual. Sí, la electricidad permitió en gran medida que la mujer se incorporara a la fuerza laboral al liberarla de las pesadas tareas domésticas, y por supuesto esto contribuyó mucho al crecimiento económico y también por supuesto al bienestar de las mujeres. Pero eso no explica necesariamente el pico de crecimiento que él estudia.

De hecho, y a este respecto, aunque el libro comienza estupendamente separando lo que es crecimiento económico del bienestar no necesariamente recogido en las estadísticas del primero, luego, cuando analiza causas y pespectivas futuras parece que vuelve al crecimiento puro y duro.
Y ya lo peor de todo es cuando se pone a pronosticar…Por supuesto, puede ser que tenga razón, pero también puede ser perfectamente que no la tenga. Dice Gordon:
“These four headwinds (inequality, education, hours per person, debt) are sufficiently strong to leave virtually no room for growth over the next 25 years in median disposable real income per person”.
Pero, ¿no habíamos quedado que lo importante era la calidad de vida? Y, en todo caso, ¿Qué hubiera dicho un pronosticador en los años 30? (aunque en este caso espero que no sea una guerra la que venga a salvarnos). ¿Qué hubiera dicho un pronosticador en 1870?

Yo no estoy en absoluto de acuerdo con eso que dice de que es posible adivinar el futuro, ya lo decía Popper. Y tampoco estoy de acuerdo con la forma en la que despacha los argumentos de los tecno-optimistas, básicamente porque creo que cae en los mismos errores que ellos: los descarta por poco razonables, no por razones sólidas. Por ejemplo, cuando habla de los headwinds…¿cómo era la deuda antes de la II GM?¿Cómo era la igualdad en los 20? Es decir, creo que no aporta razones objetivas, de peso suficiente, como para convencerme de que va a pasar lo que dice él. Cualquier futuro es posible, creo yo, como para ser tan drástico en sus predicciones. Gordon dice que lo que hemos avanzado desde los 70 es muy poco, y que, como todas las invenciones que transformaron nuestras sociedades sólo se pueden producir una vez, no hay nada interesante que esperar del futuro. Pero, ¿es que no se podrán producir otras, esperadas o no, que sí mejorarán nuestra calidad de vida? ¿Por qué está Gordon tan seguro de que esto no va a ser así?

Es cierto que si un coche de 2015 es esencialmente igual que un Ford T en sus elementos básicos. Pero ha aumentado el confort, la seguridad, la velocidad media (en parte por las carreteras)…hasta hacer la experiencia, y el uso que se puede dar a un coche, totalmente distintos. Y lo dice uno que ha conducido 2CV, un coche de los 60. Por ejemplo, ¿por qué el posible efecto beneficioso de los coches sin conductor (p.600) es poco importante, por qué la ganancia de bienestar de que te lleven, y además a mucha más velocidad quizá de la que alguien puede conducir, y con menor riesgo de accidentes, es menos importante para el bienestar que el coche frente al caballo? Creo que el análisis de lo importante que pueden ser determinados avances para el bienestar es demasiado subjetivo.

También creo que Gordon es demasiado pesimista cuando dice que ya no va a haber más cambios en alimentación (ojalá que los haya, porque la comida procesada actual es una basura mayor que la de antes), en los modelos de negocio para la vestimenta (que se lo digan a Zara o Primark), en el comercio electrónico (Gordon dice que está todo hecho ahí). La impresión 3D puede cambiar la forma en la que fabricamos y distribuimos, no sólo el diseño y prototipado. Donde más me llama la atención su pesimismo es en el tema de salud, en el que los avances en genómica, neurociencia, o células madre pueden revolucionar nuestra esperanza de vida, o plantear curas frente al cáncer.  Sí, de acuerdo, el big data seguramente no suponga ningún avance real para la sociedad, más bien es un juego de suma cero para las empresas. Pero la aplicación de las TIC a la industria (lo que se llama industria 4.0) puede suponer grandes avances. Igual que los avances en energía: ¿no sería revolucionaria una energía igual de transportable que el petróleo y mucho más barata y disponible en cualquier país?¿Y los nuevos modelos de negocio de economía circular o colaborativa, que podrían cambiar el modelo capitalista imperante en los dos últimos siglos que mira Gordon? Y todo esto son las invenciones que esperamos. ¿Y las que nos sorprenderán?

En fin, que a veces tengo la sensación de que Gordon se deja llevar un poco por sus sesgos personales, que le hace pensar que la única edad dorada fue la suya, la de los años 50-60, el Great American Songbook. Esto no es explícito en el libro, pero sí me parece que se entrevé en algunos comentarios más bien conservadores, como cuando dice que el “decline of marriage” es un grave problema, y no piensa que lo importante no es si las parejas se casan o no, sino si crían a sus hijos juntos, algo que muchos matrimonios no hacen…

En todo caso, e independientemente de estar de acuerdo con el diagnóstico, sus recomendaciones para mejorar son sensatas. Salvo una (p. 643): “The fostering of innovation is not a promising avenue for government policy intervention”…Pero, ¿quién financió entonces los avances en los 50, el Manhattan Project, Bell Labs, etc.?

Para el que quiera seguir leyendo sobre esto, Cowen también escribió hace unos años ya algo similar y Waldman lo comenta aquí, incluyendo algunos argumentos similares a los que hago yo arriba, sobre todo en lo que tiene que ver con la idea de que la mejora tecnológica no tiene ni mucho menos por qué estar agotada.

martes, 30 de agosto de 2016

Noticias sobre el mercado del gas

Y tras la nuclear, el gas: parece que viene un ciclo alcista, causado por la bajada de la producción y el aumento de la demanda.

Es el momento de ver si realmente la oferta de no convencionales es tan elástica como se dice, y cuál es la amplitud del ciclo. En esto por supuesto influirá la demanda global, e India puede ser un actor importante, según nos cuentan en CFR, siempre que se solucionen varios problemas que impiden que juegue un papel mayor.

lunes, 29 de agosto de 2016

Un programa de gobierno en energía, de Vicente López-Ibor

Vicente plantea un programa muy sensato, cuya primera demanda es la necesidad de un ejercicio de planificación, y cuya última es la necesidad de transparencia de costes y de regulación independiente (que por cierto también está en el reciente pacto de investidura, al igual que el impulso a un Pacto de Estado por la energía, una Ley de Transición Energética y la reforma del sector eléctrico). No puedo estar más de acuerdo. Echo de menos, eso sí, una mayor explicitación de la necesidad de recoger los costes medioambientales de la energía tanto para la planificación como para la retribución.

viernes, 26 de agosto de 2016

Visiones distintas para la nuclear

En UK, el culebrón de Hinckley Point sigue sin resolverse, ni parece que lo vaya a hacer pronto, tal como nos cuenta Nick Butler. Los reparos británicos se sitúan (con razón) en el precio acordado para Hinckley, más teniendo en cuenta el coste de las alternativas (aquí también dan la razón a Butler)

Lo que es más curioso es que la otra razón sea la inversión china, teniendo en cuenta que son precisamente los chinos los que parece que van a liderar esta tecnología, según nos cuenta Richard Martin. Quieren convertirse en la potencia industrial nuclear de la próximas décadas, basándose en sus diseños de sales fundidas con torio, reactores enfriados por gas, o reactores rápidos enfriados por sodio, todos ellos reactores seguros, aunque caros.

Y mientras, Nueva York ha establecido un programa de subsidios para su nuclear (existente), básicamente para mantener sus objetivos de reducción de emisiones.

jueves, 25 de agosto de 2016

Algoritmos para la vida

Vuelta al cole, y vuelta al blog :). Y comienzo este curso pasándoos mi revisión de uno de los libros que he leído estas vacaciones, Algorithms to live by, animado por la recomendación de Tim Harford, que luego finalmente también lo ha blogueado (aunque, sinceramente, creo que en esta ocasión su entrada no es tan clara como en otras veces, creo que trata de meter demasiados conceptos en un único articulo…).

La verdad es que el libro está muy bien, está escrito de forma clara y atractiva, y he sacado algunas ideas interesantes, tanto para la parte personal como para la profesional. Eso sí, no es un libro de decisión, sino de optimización (salvo quizá en la parte de conclusiones, en las que habla de cómo identificar la mejor solución, y sobre racionalidad).

El libro presenta algoritmos para ser más eficiente, como uno para ver cuánto tiempo debemos dedicarnos a explorar alternativas antes de tomar una decisión; o para ordenar; o para gestionar la memoria o la lista de tareas (ver más abajo). También tiene algún apartado sobre relajación (de condiciones)  o simulación muy claritos, aunque más abstractos (los primeros son más divertidos porque incluyen más ejemplos aplicables a la vida cotidiana). El último capítulo es de networking, aunque justo en este caso me parece a mí que es la computadora la que trata de replicar a los humanos…Sólo hay un capítulo que no me ha gustado, el de sobreespecificación de modelos, por lo abstracto y por lo especulativo y poco sólido.  El de teoría de juegos también me ha parecido flojillo, aunque no tanto como el otro.

En particular, el libro toca algún tema muy apropiado para comenzar el curso, como es ese tan complicado de la gestión de tareas, así que le dedico algo más de detalle en esta primera entrada.

Como bien plantean en el libro (aunque aquí lo pongo en lenguaje de investigación operativa), el problema de muchas de nuestras agendas diarias es que son un ejemplo de cola no estacionaria, en el que la tasa de llegadas supera a la de salidas (quizá porque las llegadas son infinitas). Y aumentar la velocidad de proceso para solucionar el problema hace perder precisión y foco. Los ordenadores pueden simplemente destruir lo que llega, pero nosotros no podemos…así que sólo queda reducir la tasa de llegadas: decir NO a más cosas.

Sólo cuando hemos alcanzado el régimen estacionario podemos pensar en gestionar bien lo que tenemos. Y ahí ellos proponen el algoritmo de “Tiempo de proceso más corto”, porque es el que minimiza el tiempo de espera del cliente (o del jefe). Hay que recordar que el orden en que hagamos las tareas no cambia el tiempo total para terminarlas…así que hay que buscar otro criterio, en este caso la satisfacción del cliente o de jefe. Por tanto, se trata de ir resolviendo las tareas más cortas primero, y luego las demás por ese orden. Pero esto tiene dos problemas:
- que no todas las tareas son igual de importantes, y no se trata de que, porque una tarea lleve mucho tiempo, se quede para el final. Por eso hay que dividir la importancia de la tarea (o su prioridad, según cómo queráis llamarla) por el tiempo de realización, y hacer primero aquellas para las que este cociente es mayor;
- el segundo problema es que la lista de tareas no estática, hay nuevas tareas que van llegando y tienen que incorporarse a la lista. De nuevo, se calcula la importancia dividida por el tiempo de realización, y se colocan en la lista.

¿Y si llega una tarea super-importante o super-urgente? Pues entonces se supone que tenemos que dejar la que tenemos, y ponernos con la nueva. Pero esto supone un coste de cambio, que también interesa minimizar. Aquí los autores proponen dedicar el mayor tiempo permisible a permanecer en una tarea, pero sin superar un tiempo de respuesta por encima de lo tolerable. Y mencionan sistemas como los “pomodoros”, bloquearse tiempo para terminar tareas importantes y no terminar colapsado por la multitarea y el correo electrónico.

Andrew Gelman también da su consejo (algo más amplio) sobre cómo gestionar la carga de trabajo en general. Y aquí va un video cortito sobre cómo superar el estrés, y aumentar la "banda cognitiva".